Mañana, 05 de octubre, Licha cumple sus quince años. Había decidido hacerse un cambio evidente, por lo menos en lo que respecta a su cabello, pues estaba cansada de verse despeinada, de que los profes y las profesoras le estuvieran tirando del pelo, mientras la acusaban de no peinarse, cansada de su mamá que cuando la peinaba le tiraba los pelos intentando desenredarla con furia y que en otras ocasiones la amenazaba todo el tiempo con dejarla calva si no buscaba una solución de peinado. Hoy se acabaría el calvario de quince años. Para esto Licha desde la noche anterior había comenzado el ritual que dejaría por primera vez su cabello liso, dócil, peinable.
Recurrió a la revista Vanidades que había guardado en la tina de cartón prensado donde se guardaban todas las revistas: Condorito, Memín, Rarotonga, Selecciones del Reader's Digest, Kalimán, Sandokán, Arandú, Águila Solitaria y varias ediciones de El Caleño, que sus padres acumulaban para sus emergencias digestivas. Licha volteó la tina de cartón y hurgó hasta que encontró la revista Vanidades año 1987, edición 504 de lujo, donde por motivo de sus cincuenta años publicaron un artículo titulado "Cómo alisar un cabello crespo de forma natural, sin químicos destructores".
Después de dos años de guardada, la revista Vanidades estaba amarilla y arrugada. Algunas páginas habían sufrido un asalto, otras habían sido arrancadas por completo. En otras páginas, Licha veía el espacio recortado con tijeras, donde quizá alguna vez estuvo publicada la foto de un artista o actor famoso, alguna receta o algún artículo interesante para los que tuvieron oportunidad, antes que ella de hojear, leer y hasta guardar recortes de la Revista.
Buscó ansiosamente el artículo de su interés y allí estaba completo. De inmediato se dispuso a seguir cada uno de los pasos detallados para lograr que un cabello crespo, difícil de peinar, difícil de cortar, difícil de llevar, difícil de tratar, fuera domado. Domado como un potro salvaje. Licha se entretuvo leyendo el artículo que comenzaba así:
WELLA: UNA HISTORIA CON PELOS Y SEÑALES
Revista Vanidades en su cumpleaños número 50 dedica este artículo al cabello ondulado y crespo. Crespos, rizos y ondulados constituían la moda juvenil de finales de los años veinte. Pero las mujeres de esa época no tenían que sufrir el conocido refrán el que quiere marrones aguanta tirones, ya que los peluqueros empleaban para esta labor los primeros equipos de permanente al calor que salían al mercado. El maravilloso invento fue acogido con beneplácito entre las europeas, porque, además de los resultados favorables, ya se empezaba asociar con la marca Wella.
Esta empresa, en 1880, cuando era un pequeño negocio de manufacturas de tejidos para pelucas, hizo cambiar el look a las jóvenes de Sajonia con el novedoso producto. Franz Stroher, joven peluquero de 26 años, fue el protagonista de la revolución en la moda. El pequeño negocio de pelucas se convirtió en 1924 en una marca de reconocimiento mundial: Wella fue entonces registrada en la oficina de Patentes de Alemania, país de origen de la empresa.
Expectante Licha llegó a la receta de "Cómo alisar un cabello crespo..." Esta era la instrucción que rezaba en la revista:
Ingredientes:
· Shampoo Wellapon de Wella Soltate el pelo con Wellapon.
· Rinse Konzil Schwarzkopf de Wella Y la peinilla sí pasa.
· Una peineta de dientes grandes y separados (para cabello normal).
· Veinte rulos tamaño mediano.
· Dos rulos tamaño gigante.
· Cuatro docenas de pinzas medianas.
Paso uno: Lavar el cabello rebelde con shampoo Wellapon de Wella.Lavar una vez, dos veces, tres veces, masajeando el cuero cabelludo y el cabello con intensidad.
Paso dos: Aplicar rinse Konzil Y la peinilla sí pasa inmediatamente después del shampoo. Masajear una y otra y otra vez, hasta sentir que el cabello rebelde va cediendo de manera mansa y dócil.
Paso tres: Desenrede su rizos poco a poco y suavemente, , con la peineta de dientes grandes y separados.
¿Rizos?, pensó Licha, mientras leía la receta, esto suena muy romántico para la realidad, la verdad es que mi cabello es... es... es como una tonelada de anzuelos. Lo voy a intentar, suspiró hondamente y luego en voz alta dijo: Manos a la obra.
Ya era tarde, pero decidió ir a recorrer la plaza del pueblo donde encontraría todos los ingredientes para dejar a Domado Crespo suave, liso y dócil.
Se cambió el uniforme del colegio, se puso un jean Bobbie Brooks azul índigo, que le había regalado la tía Julia, la pudiente de la familia, arrastraderas y una gorra con visera para protegerse del sol. Esto último le tomó más de cinco minutos, mientras lograba aplacar su melena dentro de la gorra, hasta que, al fin y de mal genio, lo consiguió. Cogió monedas de aquí de allá, buscó debajo de la almohada de la tía Carmelita y luego en la bolsa plástica que la bisabuela Liboria guardaba debajo del colchón, a los pies de la cama, y salió corriendo con la hoja que arrancó de la revista Vanidades donde reposaba el artículo con la milagrosa receta.
Era tanta su ansiedad que solo podía pensar en cómo se vería con el cabello liso... Quedaría como una diosa Egipcia, lisa, muy lisa.
En la tienda del Paisa, Licha logró conseguir el champú que soltaba el pelo y el rinse de moda Y la peinilla sí pasa en una presentación de sobre con contenido de 50 miligramos, que distribuían en las tiendas del pueblo San Antonio de los Caballeros. Con unas cuantas monedas resolvería su problema, pensó, mientras salía corriendo hacia su casa.
Tomó el camino de arriba, que era el de la carretera, a orilla de los cañaduzales. El camino era más solitario, pero de esta manera esquivaba a sus amigas, amigos y vecinos, que pudieran distraerla.
Llegó a la casa de cemento y, de inmediato, se comenzó a preparar para elprocedimiento que dejaría su cabello como el de sus amigas blancas: liso y fácil de peinar, pensó Licha, mientras tarareaba la canción de moda:
Pero qué pasa, no lo puedo creer,
Esa mujer es un gigante con falda,
Está sentada y al ponerse de pie
Me muero de vergüenza,
Tierra trágame...
Ella es más alta que yo,
Yy yo no bailoLicha bailaba y saltaba de la felicidad:
Y yo no bailo
Tan... tan... tan...
Y yo no bailo.
Era un tema del grupo Menudo de Puerto Rico, que por esos días visitaba a Colombia. Licha pensó: Y no podré estar en el concierto. O mi nuevo pelo o menudo, no importa mañana jueves lo veo por televisión. El grupo Menudo era la sensación de las chicas, sonaban en todas las emisoras y los anunciaban en los dos canales de televisión: Jorge Barón por el Canal Uno en El show de las Estrellas y Jimmy Salcedo por el canal dos en El show de Jimmy.
Antes de comenzar la operación capilar, Licha prendió el radio transistor Philips que su padre, cuando trasnochaba, le prestaba durante el día. Puso la emisora Radio Reloj de Todelar, frecuencia 1550 A.M, que a las 2:00 pm transmitía el programa Solución a su problema con la voz sensual de Leticia Palacio:
Desde la capital del Cauca en el municipio de Toribio- nos escribe Flor Marchita: Señores Solución a su problema, tengo 18 años. La semana pasada mi novio Joaquín, me pidió la prueba de amor y yo se la di. Desde hace tres días lo llamo a la casa y me dicen que no está, que se fue de viaje y no saben cuándo regresa. Quisiera saber si el Joaquín me ama o si me dejó después de la prueba de amor. Apreciada Flor Marchita..., –
Licha sonrió. Luego comenzó el lavado de su cabello con el champú y rinse, en el lavadero de cemento, sacando agua de la tina de hierro con una totuma. En la tercera aplicación de champú, Licha sintió un tirón en su espalda, que la obligó a enderezarse. La posición agachada frente al lavadero, para lavar su cabello, cansaba el cuello y la espalda de Licha, que por su estatura y el tiempo que le tomaba lavarse el cabello en estas condiciones, se veía obligada a enderezar la espalda en varias oportunidades.
Aplicado el rinse, tomó la toalla de rayas de colores del tendedero de alambre, la acercó a la nariz para olerla, previendo algún olor desagradable, pues era la toalla de todos. Se secó la cara y luego se la puso en la cabeza a manera de turbante. Se encerró en el cuarto que compartía con su mamá y sus tres hermanos menores. Sacó de debajo de la cama una cajita de cartón con estampado de flores, que contenía rulos, ganchos, moñas y pinzas para el cabello.
Paso cuatro: Poner los tubos de tamaño mediano en pequeñas cantidades pelo.
Licha comenzó la operación Negra Lisa, instalando en su cabeza, con el cabello aún mojado, uno por uno los tubos. Había que hacer esta operación antes de que el cabello crespo se le secara: sabía que si lo dejaba secar ya después sería más complicado, pues el cabello crespo seco no se deja peinar. Licha se sentó en la cama de todos, y empezó a desenredar su cabello, mechón por mechón. Media hora después instaló uno a uno los tubos, comenzando por la parte de atrás de su cabeza. Inclinó su cabeza hacia adelante al igual que su Domado Crespo, que, como se resistía a dejarse tirar hacia adelante, tuvo que sujetar con varios ganchos para el pelo.
Mientras hacía esto, Licha, sentada en la cama con las piernas muy juntas, sujetaba el libro La Isla de Las Tres Sirenas del escritor estadounidense Irving Wallace. Iba en el capítulo "Siete", donde el protagonista mencionaba a las tres sirenas: tres islas perdidas en el Pacífico, aisladas de la civilización, que son abordadas por un extraño inglés.
Con paciencia, puso uno a uno los veinte rulos mientras pasaba página tras página del libro. Más rulos, más lectura, más rulos con sus respectivas tapas sujetadoras.
Terminada la puesta de rulos, Licha buscó su pañueleta grande de color verde con estampado de hojas de color café, y se la puso en la cabeza. Con esta pañueleta tapaba los rulos. Me veo como doña Florinda la del Chavo del Ocho, pensó.
Ya era de noche. Licha prendió el fogón de petróleo. Esto tomaba algunos minutos, pues el fogón de petróleo era un artefacto que había que manipular con sumo cuidado. Lle sacó las mechas que ya se habían consumido en la parte superior y las encendió con los fósforos El Diablo y sonrió pensando lo que decía su mamá:"Su papá tiene la nariz como el de la cajita de fósforos". Puso agua, panela, canela y limoncillo en la olleta de aluminio Imusa, que lucía resplandeciente Y, mientras la aguapanela hervía, Licha, con la luz tenue de la bombilla Philips que iluminaba la cocina, continuó leyendo La Isla de las tres sirenas.
Mordió un pedazo de pan con aguapanela. Bajó la olleta que, con el tizne del fogón de petróleo, había perdido todo su resplandor: estaba totalmente negra. Licha la miró desconcertada, pues había durado horas brillando las ollas. Puso la aguapanela en una jarra de Vaniplast. Tomó la olleta, la esponjilla Bon Bril y el jabón Príncipe para brillar ollas de aluminio, al que también le decían jabón de perro, pues con él bañaban a Matías, el perro lobo, para quitarle las pulgas, garrapatas y chandas.
Licha terminó la tarea de lavar los platos sucios en el lavadero de cemento, con alberca de cemento, que además servía de lavaplatos, lavamanos y lavaperros.
Se empiyamó y continuó leyendo hasta que el cansancio la venció y se quedó dormida. Eran las nueve de la noche, ya cantaban las chicharras que iluminaban las noches de luna oscura en el pueblo. El canto de las chicharras era tan fuerte y desesperante que el pueblo con el segundo nombre de pueblo más hermoso de Colombia, San Antonio de los Caballeros, pasó a llamarse Chicharro. Esto de que era el segundo nombre de pueblo más hermoso lo decía Juan Gossaín, para quien el primer nombre de pueblo más bonito de Colombia era San Bernardo del Viento, donde él había nacido. Además del ruido, en San Antonio de los Caballeros las chicharras soltaban un orín que de día apestaba con el calor del sol.
Se oyó el alboroto de los hermanos de Licha, sus primos, tías y su bisabuela, que llegaron de un velorio. La despertaron, pero ella continuó acostada, tratando de conciliar de nuevo el sueño, que se interrumpía con la incomodidad y el dolor de cabeza que los rulos estaban comenzando a provocarle: tallaban demasiado. En la madrugada, Licha se movía de un lado a otro, hasta donde le permitía la estrechez de dormir con sus tres hermanos y su mamá en la misma cama. Era la cama de matrimonio de sus padres, de 1.80 de ancho por dos metros de largo, y Licha y su familia se acomodaban aprovechando el espacio, durmiendo atravesados a lo largo.
A las cinco de la mañana, Licha se despertó. Los rulos ya no estaban en su cabeza. Desesperada, tanteó de inmediato en medio de la oscuridad, la cama, por encima y debajo del cuerpo de sus hermanos menores.
Luego encendió la luz y allí los vio: todos los rulos tirados en el piso. Como le tallaban tanto, seguramente se los había quitado en medio del sueño. Licha volteó a mirar a su mamá, medio dormida, con los ojos arrugados y las manos en la cara interponiéndose a la luz que le encandilaba la vista.
¿Qué busca, mija?, le dijo María de los Ángeles con curiosidad. Licha respondió con cara de tristeza: Hoy es mi cumpleaños. ¿Y?, preguntó su mamá. Quiero de regalo de cumpleaños un cabello liso. Eso es imposible Licha, apague la luz, mija, todavía está oscuro y tengo que madrugar. Licha no apagó la luz, le puso al bombillo de 60 kw la pañueleta verde que reposaba en el suelo, junto con los veinte rulos.
Paso quinto: La toga.
Licha buscó de nuevo la página de la revista Vanidades que había dejado por ahí cerca. Leyó de nuevo "Cómo alisar un cabello crespo de forma natural, sin químicos destructores". Se quitó los veinte rulos de tamaño mediano, se cepilló con un cepillo para gente de pelo liso, lo estiró todo hacia la derecha, dándole las vueltas que le permitía el largo de cabello que tenía después de los rulos. Licha se puso las cuarenta pinzas, hasta que logró sostener su cabello alrededor de su cuero cabelludo, totalmente estirado. Se asomó al espejo y vio una momia con una venda de pelo enrollada en el cráneo.
Después de lograr enrollar la parte baja, en la corona de su cabeza quedaba un rollo de cabello que Licha sujetó con dos rulos muy grandes para lograr alcanzar el estiramiento de ese resto de cabello. Dos horas más y haré parte de la comunidad de las negras lisas, pensó y volvió a dormir.
Se levantó a las siete y media, se bañó, evitando que el agua mojara tan siquiera una hebra de su cabello, pues era consciente de que una gota inmediatamente lo encogería como a un resorte. Se puso su uniforme de colegio: jardinera a cuadros con camisa blanca, medias blancas hasta la rodilla y sus zapatos negros colegiales Croydon, que por tercera vez había remendado en la punta. Les aplico betún Cherry negro para brillarlos y además cubrir el hilo rojo del remiendo.
Licha tenía ansiedad de ver cómo quedaría su cabello crespo en versión liso. Comenzó a quitarse una a una las cuarenta pinzas que sujetaban su cabello crespo y, de manera fantástica, a medida que salían las pinzas, Domado Crespo caía liso y dócilmente sobre su espalda. En la frente sintió unos flequillos que formaron un capul de muñeca. Licha se vio al espejo y no se reconoció. Comenzó a llorar y a reír de la emoción y recogió su emoción unos minutos, como queriendo guardarla. Tomó la bolsa de cosméticos de su mamá y se aplicó por primera vez base facial de Revlon referencia "Cocoa Tan". Mientras se la aplicaba se acordaba de que su mamá le había recomendado que, cuando cumpliera la edad suficiente para comenzar a maquillarse, utilizara marcas reconocidas como Revlon, Helena Rubinstein o Lancome, ya que de ahí dependería que su piel se conservara lozana y joven por más tiempo. Licha no entendía el consejo, pero igual lo seguiría ya que eran estos los productos que su mamá llevaba en la cosmetiquera.
Se contempló frente al pequeño espejo de marco de madera anaranjado que pendía de la pared de cemento. Se admiró de su propia belleza. Llamó a su mamá, a sus hermanos, a sus tías y primos para que la vieran. Todos se levantaron. Atentos, se agolparon alrededor de Licha y quedaron asombrados, con las manos en la cara. Licha solo escuchaba que repetían su nombre. ¡Liiiiicha! ¡Liiiiiicha! Mamá mira a Liiiiicha. Japi verde tuyu, japi verde tuyu, japi verde, japi verde, jaaaapiverde tuyu. Aplaudieron y la abrazaron felicitándola por su nuevo .
María de los Angeles, la abrazó con ternura y le dijo:Pa' lo que le va a durar. Licha no prestó atención a sus palabras y, de la emoción, ni desayunó. Tomó su maletín de charol, donde portaba sus cuadernos, y, con paso apresurado, caminó hacia la calle, rumbo al colegio. Licha ese día caminaba pinchada, orgullosa de cómo la hacía lucir su cabello liso. Pasó por la casa de Martha Lucía, su mejor amiga y compañera de estudios, para invitarla a irse juntas al colegio Regional Simón Bolívar. Cuando Martha vio a Licha se asombró y le manifestó lo hermosa que había quedado. Además, le dio un regalo y un abrazo de cumpleaños.
Licha no ocultaba su felicidad. Llevaba una sonrisa de oreja a oreja. Pasaron por la casa de los Morales, donde vivía el chico que a Licha le gustaba: Rafael, un chico cinco años mayor que ella, alto, delgado, rubio y de ojos claros, el tumbalocas del pueblo, el Miguel Bosé que todas soñaban. Licha acortó sus pasos y cruzó los dedos rogando que el chico saliera de su madriguera, y así fue.
Apenas lo percibió, Licha desvió la mirada, fingiendo que no lo había visto, cogió a su amiga Martha del brazo, apresuró de nuevo el paso, y caminó por la orilla de la carretera, cada vez más rápido y agitada. Rafael, dando grandes zancadas, las alcanzó. Se quedó mirando a Licha y le dijo que nunca la había visto, que de dónde era, y de dónde había resucitado esta diosa negra. Licha se hizo la indiferente, frunció el ceño y le respondió: Yo siempre he estado aquí, y continuó su camino, contenta y feliz. Rafael se quedó mirando como Licha se alejaba con paso arrogante y sin voltear a mirarlo.
En el colegio, Licha fue la sensación. Sus compañeras la adulaban asombradas, la rodearon, la bombardearon con preguntas sobre cómo había logrado su cabello liso. Sus compañeros le decían piropos, le cantaron el "sapo verde tuyu", la abrazaban, le tocaban el cabello, la besaban. Marcela y Josefina, sus compañeras negras, la miraban con cierto recelo y envidia, tratando de adivinar qué había hecho Licha para tener el cabello tan liso en este día, y se fueron acercando para escuchar qué contestaba sobre su nuevo cabello liso.
Era el día más feliz de su vida, era como lo había soñado, su cabello liso le había cambiado el mundo.
Terminadas las clases, Licha, como todos los días lectivos, caminaba un kilómetro y medio del colegio a la casa, bajo el implacable sol, que negriaba su piel más de lo negra que era. No podía usar sombrilla porque sus amigas blancas se burlarían de ella o por lo menos eso pensaba, que sus amigas le dirían que para qué se cubría del sol si más negra no podía ser. Nunca se cubrió con sombrilla, pero lo intentaba con el maletín del colegio cargado de libros o con el saco del uniforme. De lunes a viernes, tomaba la orilla de los cañaduzales que rodeaban el pueblo, a pleno sol.
Esa tarde, cuando estaba a quince minutos de la casa, de un momento a otro comenzó a briznar. No llovió: eran solo unas chispas de lluvia casi imperceptibles. Licha corrió evadiendo las chispitas, se puso el maletín en la cabeza, pero no fue suficiente, el vientecillo comenzó a alborotar poco a poco su cabello liso. El vientecillo en el pelo de Licha era un huracán. Ahora su pelo parecía un bosque de ramas de árboles cortados, la paja de una caballeriza revolcada por caballos, un montón de alambre de cerca enredado o, mejor, un trapero con mucho trapo, secado y tostado al sol.
Era indescriptible. Su cabello que, en la mañana había peinado después de dormir con los incómodos veinte rulos y las cuarenta pinzas, al que le había dedicado toda la tarde, parte de la noche y la madrugada, de repente, con la brizna, su cabello liso había desaparecido, recogiéndose hacia arriba, como si hubiera metido la cabeza en una lavadora llena de electricidad. Esta imagen la hacía recordar una escena muy famosa de la Pantera Rosa saliendo de una lavadora, en una burbuja de jabón, con los pelos como un erizo. Así estaba Licha: como un puerco espín.
Al llegar a su casa de cemento no tuvo la fortuna de verse al espejo antes de que su madre la viera. Licha nunca olvidaría la cara de espanto de María de los Ángeles al verla con el pelo alborotado. Su madre, que se encontraba sentaba haciendo costuras en su máquina de coser, ubicada de frente, hacia la entrada de la casa de cemento, de un salto se paró, dejó sus labores, se quitó las gafas que utilizaba para ver mejor, se fue caminando en dirección a Licha sin quitarle la vista de encima, abriendo sus ojos grandes cada vez más. De pronto, sin decir ni pío, le dio la espalda. Su expresión era tan angustiosa que Licha no comprendía.
Antes de que Licha siquiera lograra sentarse o tomarse un Fresco Royal, que necesitaba, pues luego de haber caminado kilómetro y medio bajo el inclemente sol, estaba cansada y seca la garganta, la cara blanca del polvo que producían los trenes cañeros y el sudor de un día –como casi todos en un pueblo azucarero– a pleno sol, a María de los Ángeles, lo único que se le ocurrió fue traer las tijerotas y darle a su hija todos los argumentos por los cuales este cabello indomable debería ser cortado. A Licha le sonó a Este caballo indomable debe ser mutilado, con cabeza y todo, y desde ese momento comenzó su viacrucis con el cabello que nadie quiere. Sí, porque su madre, María de los Ángeles, cogió las tijeras como podando jardines de pino, sin preguntar, sin contemplación, sin compasión.
Licha intentó evitar que su mamá cometiera un acto tan vil. Ma, yo me lo peino y ya. María de los Angeles le contestó: ¡Bendito sea mi Dios!, con un tono tan fuerte y tal enojo que parecía más bien vociferando una maldición. Licha se asustó.
Con la cabeza agachada, veía como poco a poco y por montones su matorral de pelo caía al piso, sin que nadie la defendiera.. El indomable había sido podado, el indomable crespo había sido cortado, domado crespo había sido arrancado de raíz.
Una vez terminada la poda, Licha no dijo una sola palabra. Tomó una chuspa y ahí puso, de montón en montón, a Domado Crespo. Lloró, se acercó al espejo, con profunda tristeza se miró. Acto seguido, pasó la mano lentamente, por su cráneo pelado.
Tocaron a la puerta, y alguién dijo con entusiasmo: Licha, llegó el fotógrafo.
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